Quisiera partir siendo honesto, es muy poco lo que sabía de Jorge Mario Bergoglio al momento en que fue electo Papa y por la misma razón mi primera impresión fue de desazón. Se me vino a la mente su edad, 76 años, pues yo esperaba alguien más joven, con la fuerza y vitalidad de la que carecía el emérito Benedicto XVI.
Cristián Viñales SJ*
Del mismo modo, recordé que existen acusaciones en su contra por su rol durante la dictadura argentina y que es considerado dentro de la iglesia como un hombre conservador, así lo confirman sus recientes diferencias con Cristina Fernández a partir de la aprobación del matrimonio homosexual en Argentina. Frente a este panorama solo me quedaba esperar.
Rápidamente esta impresión se vio eclipsada por la reacción de muchos, en especial jóvenes, personas últimamente alejadas y decepcionadas de la iglesia jerárquica e incluso no creyentes, quienes me manifestaron su alegría y esperanza por la elección del cardenal Bergoglio, latinoamericano y jesuita, característica que los hace sentir más cercanos a una iglesia que se les ha hecho cada vez más distante.
Al pasar los minutos mi estado anímico comenzó a cambiar, me empecé a llenar de la alegría y esperanza que la gente me transmitía. Me di cuenta que Francisco significaba mucho más que otro Papa, se constituye en una nueva oportunidad para toda la iglesia.
Es la oportunidad de enfrentar y transparentar las acusaciones de abusos sexuales y de poder, tomar decisiones importantes para que estas intolerables situaciones no ocurran más, pedir perdón las veces que sea necesario y agotar los medios para reparar los daños ya causados.
Tengo esperanza en que el Papa Jesuita posea el coraje y la sabiduría para abordar esto, con la fuerza y libertad que se requiere, siempre desde el interior de la iglesia, pensando primero en las victimas y con el horizonte puesto en hacerlo todo a la mayor gloria de Dios.
Es la oportunidad también de abordar los temas del pueblo de Dios, las necesidades reales de la gente sencilla; pobres, migrantes, indígenas, aquellos sin voz, excluidos de nuestra sociedad, quienes son devorados día a día por los “poderosos” que dominan un sistema injusto.
Espero que el Papa Latinoamericano, hijo de un ferroviario y una dueña de casa, quien siendo obispo de Buenos Aires se movilizó a pié y en el transporte público, se identificó con los más pobres y alzó la voz por ellos, sea ahora capaz de denunciar con más fuerza las aflicciones del pueblo.
Por otra parte es la oportunidad privilegiada de reformar la iglesia jerárquica, de acercarla a la gente, de crecer en humildad y austeridad y de renovar las estructuras dando a los fieles mayores oportunidades de hacerse cargo de su propia iglesia. Confío en que el Papa, que eligió llevar por nombre Francisco, inspirándose en el Santo pobre de Asís a quien Dios dio por misión reformar su iglesia, será un hombre que gobernara la iglesia haciéndose el último y el más humilde de los servidores de esta.
Por último y parafraseando a mi provincial, me siento profundamente llamado a transformar la espera en esperanza, haciéndome parte da la alegría de muchos que ven en Francisco al hombre que hará la diferencia, al pastor que Dios quiere para su pueblo.
*Jesuita joven, estudiante de filosofía.