Por una plena y efectiva igualdad

Este 8 de marzo conmemoraremos el Día Internacional de la Mujer, el que fue definido a partir de los dolorosos hechos acontecidos en la ciudad de Nueva York, en el año 1908, cuando 129 obreras resultaron asesinadas en una fábrica incendiada por su dueño como represalia a la huelga en la que se exigían mejores condiciones laborales.

Dos años después, en la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en Copenahue, cuyo foco estaba puesto en el sufragio universal para todas las mujeres, la feminista Clara Zetkin, proclamó oficialmente el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, lo cual fue ratificado en 1977 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Han trascurrido 114 años de ese trágico evento y aunque sin lugar a dudas se ha avanzado en el reconocimiento legal y cultural de muchos derechos de las mujeres y la necesidad de una plena y efectiva igualdad, aún queda mucho camino que recorrer, especialmente cuando pensamos en los grupos de mujeres que se encuentran en peores condiciones de vida y vulneraciones, como es el caso de muchas migrantes y refugiadas.

Basta conversar con algunas de las que han llegado recientemente a través de la frontera norte de Chile o con las que llegaron hace más tiempo, pero se encuentran sumidas en la situación de irregularidad migratoria, para confirmar que los logros y avances en materia de igualdad de género no han llegado a todos los grupos.

Cada año conocemos de mujeres que mueren intentando cruzar la frontera del norte de Chile. La muerte llega a ser el colofón de un dolor que las acompaña durante todo el viaje. Según cuentan sobrevivientes de estas travesías muchas veces vienen escapando de la violencia de género, la pobreza, el desempleo o los bajos sueldos, que como ya sabemos siempre golpea más fuerte a las mujeres, que en un gran número, son el único sostén de sus familias.

Las que tienen una casita, muebles o enseres en su país de origen en ocasiones los venden a precios mínimos para poder tener aquello que les exigen al iniciar la expedición. Se marchan con el corazón roto, dejando a sus hijos e hijas a cargo de familiares, con la ilusión de una vida mejor para todos. A poco andar, cuando la travesía supone cruzar el continente “a pie”, les toca enfrentar el peligro de las bandas de tráfico de personas, con frecuentes experiencias de abuso sexual incluidas, y también los embates de la naturaleza, el hambre, la sed, el frío, el calor extremo, el estrés, la incertidumbre, el cansancio, la culpa y el miedo, desagarrando las fuerzas y las esperanzas.  

Una vez que llegan a Chile el panorama no necesariamente es mejor. Muchas mujeres ven que los sueños que le alentaron a seguir ese verdadero “vía crucis” se alejan como una ilusión óptica. De pronto están en la calle, en una carpa, en medio de una plaza, sin acceso a baño ni a alimentos ni a agua, de nuevo con frío en el cuerpo y en el alma.  Intentan salir, sacar fuerzas, echar pa´lante, recordar las razones por las que dejaron todo y a todos, pero esos gritos ensordecedores que lanzan personas con pancartas y caras de odio, diciendo que se vayan, les asusta y así no se puede avanzar.  

Este Día Internacional de la Mujer necesitamos comprometernos a que los derechos de las mujeres sean resguardados siempre, a que la posibilidad de una vida plena y digna no se constituya en un privilegio de clase social o nacionalidad, a abrazarnos y luchar como hermanas desde todos los rincones del mundo para garantizar el respeto a nuestras vidas, sin que las fronteras limiten nuestras fuerzas ni sueños.  

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