Ecos del colonialismo en el Chile actual

La historia, y de forma más específica, la historización de aspectos que hoy naturalizamos dentro de nuestras sociedades ha demostrado la importancia de comprender cómo llegan a situarse las diversas instituciones, prácticas y discursos que dan forma a la vida cotidiana. Al intentar aprehender los problemas contemporáneos de la sociedad chilena, me topo con tres preguntas que insisten: ¿Qué procesos transcurrieron para que Chile hoy sea una nación? ¿Qué tipo de nación es? ¿Quiénes construyen el país? Para poder pensar la constitución de los Estado-nación latinoamericanos no podemos obviar la presencia del colonialismo en su historia.

Aníbal Quijano[1], al pensar la colonialidad del poder, identifica dos elementos claves. En primer lugar, la imposición de un capitalismo global que prioriza el mercado de las naciones colonialistas, y que controla de manera articulada todos los recursos y formas de trabajo, imponiéndose  mediante la esclavización, la acumulación primitiva de recursos materiales y ecológicos, la expropiación de los pueblos colonizados, la usurpación de tecnologías y saberes ancestrales para fines productivos, y fundamentalmente, la instauración de una nueva forma de concebir al mundo y relacionarnos con él. En segundo lugar, apunta a la imposición de un sistema de castas sociales que asocia diferencias fisionómicas y fenotípicas a una jerarquía de capacidades morales, físicas, psíquicas, y que influyen fundamentalmente en la división de labores dentro de una sociedad colonial. No podemos subestimar el poder de esta maquinaria económica, científica, social y política, y por eso no me parece controversial afirmar que todos estamos aún atravesados por el colonialismo; o sea, por el capitalismo globalizado, el cual Quijano propone que es el heredero de la lógica económica colonial, y por prácticas de saber-hacer que son eurocentradas y racistas, ubicando a las sociedades europeas en el ápice del desarrollo y la evolución.

Sabemos que los territorios colonizados fueron, con sus propias particularidades, construyendo revoluciones hacia la independencia de los virreinatos, pero al mismo tiempo, estaban apegados a los saberes, métodos, formas y lógicas europeas, algo que Carmen Norambuena[2] ha descrito en sus investigaciones sobre imaginarios presentes en la sociedad chilena durante el periodo de independización y la conformación de la nación. En resonancia con el pensamiento de próceres como Benjamín Vicuña Mackenna y Juan Bautista Alberdi, se buscaba fundar naciones que fueran “un trozo de Europa en América Latina”. Esta búsqueda por alcanzar los estándares europeos de civilización atraviesan la constitución de la gran mayoría de los estado-nación de la zona, pero es importante destacar a los tres países del denominado “Cono Sur”: Argentina, Chile y Uruguay, que por diversos factores históricos, y por su abordaje de la misión de “homogenización racial”, hasta el día de hoy se aferran a un ideal de blanquitud implícita, que es exaltada en detrimento de las personas indígenas y afrodescendientes de esos territorios. En un reportaje llamado “Aquí no hay negros”, la periodista Paula Huenchumil[3] dialoga con diversas personas chilenas afrotribales, es decir, que descienden directamente de personas negras que llegan al territorio por la trata transatlántica y que se asientan en el Valle de Azapa en Arica. Allí, se observan relatos sobre el borramiento de la existencia de los afrodescendientes que habitaban en Chile a través de la fuerza, el uso de agentes del orden, y del discurso hegemónico que castigaba socialmente a las personas negras e indígenas.

Hasta el día de hoy, en Chile es muy desafiante hablar de racismo y de raza, se piensa este país como una nación especialmente cercana a las naciones europeas; el jaguar de Latinoamérica, un país OCDE, cuasi-primermundista, Sanhattan, laboratorio de los Chicago Boys y cuna del neoliberalismo. Chile aún es un país que se esfuerza en diferenciarse a los otros países de la zona geográfica, de su pobreza, su miseria, su negritud, su indigenismo. Hablar de raza en Chile es difícil, ya que, a pesar de que hay una negación de la legitimidad de la existencia de personas negras e indígenas en el país, se evitan conversaciones incómodas sobre la raza bajo la idea de que todos somos mestizos y latinos. ¿Por qué en Chile hablar de racismo o de raza es sinónimo de hablar de migración? No podemos negar que, comparados a otros países de la zona, el cono sur no cuenta con la misma proporción de personas afrodescendientes, o que no son tan visibles. Pero ¿somos todos los afrodescendientes extranjeros? ¿Es esa una realidad tangible y demográfica, o es un efecto discursivo? Gracias a la ideología que aún impera desde las épocas coloniales, es impensable que un cuerpo negro o marrón sea chileno, porque Chile es un proyecto que no es para todos. No es para Wallmapü, no es para pueblos originarios, no es para los negros de Azapa, no es para la clase obrera, no es para la diáspora andina, no es para los migrantes sur-sur.

En los últimos años se ha observado una incremental demanda por medidas de inclusión y respeto a la interculturalidad, principalmente en contextos institucionales y organizacionales. Son palabras en boga, enfoques solicitados en capacitaciones y formaciones colectivas. Pero ¿qué es la interculturalidad? Catherine Walsh[4] apunta a que es un principio ideológico que se sitúa en los movimientos de resistencia de personas negras e indígenas de Ecuador, un concepto que refleja la búsqueda por procesos de construcción de un conocimiento otro, de una práctica política otra, una forma otra de pensamiento relacionada con y contra la modernidad/colonialidad, y un paradigma otro que es pensado a través de la praxis política. Esto significa que en su génesis, la interculturalidad es concebida como una estrategia contracultural de resistencia ante la imposición de la colonialidad del poder, que reconoce las implicancias de un capitalismo global y del racismo como categoría de jerarquización social. En este sentido, detecta y combate a las tecnologías coloniales que desestiman otras formas de construir conocimiento, y lo que me parece más valioso de rescatar de esta palabra-herramienta es que no busca una inclusión irreflexiva al sistema actual, sino que propone una transformación estructural sociohistórica de dicho sistema, reconociendo así las violencias inherentes a este.

¿Inclusión para qué? ¿Para ser políticamente correctos, vanguardistas y progresistas? En contraste, planteo la siguiente inquietud: ¿cómo podemos crear las condiciones necesarias para evaluar el sistema preexistente al que estaríamos incluyéndonos? ¿Existe lugar en el escenario actual para una transformación estructural y sociohistórica como la que es ensoñada por quienes formulan la idea de una interculturalidad? Me gusta pensar que un reconocimiento más sincero y potente de la diferencia es no sólo ver distintos colores identitarios o políticos, sino que, implica dar lugar a pensar la relación entre estos distintos colores, pero esto requiere no tomar por sentado los siglos de dominación de unos sobre otros. Tenemos que aprender que no hay tabula rasa, no hay borrón y cuenta nueva posible, hay que saber enfrentarnos a las implicancias sociales, políticas, geográficas, climáticas, económicas e identitarias del pasado colonial que nos atraviesa a todos. Lo anterior resuena mucho con algunas advertencias que nos hace Yuderkys Espinosa-Miñoso[5] respecto al rumbo de las luchas identitarias, o mejor dicho, de la prominencia de la identidad como lucha política, o como lugar de enunciación. Esto, no con la intención de abolir la identificación con ciertas categorías sociales, sino que, con la finalidad de comprender que estas categorías existen en una matriz histórica de poder y dominación. Apelo a que la identidad no nos detenga de tener conversaciones honestas respecto a cómo fluyen y cambian las relaciones de poder, y al reconocimiento de que la pertenencia a una categoría “subalterna” no implica que no podamos ejercer poder y violencia hacia nuestros pares en otros ámbitos. Insto a que no obviemos las variadas relaciones de poder que dan forma a nuestro día a día.

Me gustaría vincular esta reflexión con el trabajo que hemos estado realizando como Kilombo Negrocentricxs, una organización antirracista situada en la Región Metropolitana de Chile, y de la cual formo parte. Me parece significativo señalar que nos hemos propuesto incidir en la reflexión respecto a la negritud, no sólo desde la opresión, sino que también desde un reconocimiento de nuestras potencialidades como personas. Cada una de las integrantes de esta colectiva contiene una multiplicidad de experiencias, orígenes, saberes y oficios. Desde mi perspectiva, hemos conseguido desafiar las narrativas, y luchamos también por trascender este lugar de victima infantilizada, para posicionarnos, en cambio, como sujetos políticos que reflexionan, cuestionan y proponen. Como Kilombo, hemos llevado a cabo muchas iniciativas culturales, educativas y comunitarias, intentando vincularnos con espacios más académicos e institucionales, pero sin soltar al territorio, siempre recordando para qué y para quiénes hacemos lo que hacemos. En nuestras vinculaciones territoriales nos hemos encontramos con comunidades muy potentes, que luchan por reivindicar su lugar de habla y su ciudadanía, a través de la construcción y sustento de sus comunidades. Hemos conectado con personas -en su mayoría mujeres- que a través de su praxis, logran articular raza, clase, etnia, género, y otras aristas que forman su experiencia, y que día a día dan voz y cuerpo a las demandas más fundamentales de las personas subalternizadas en la lógica Estado-Nación colonial: vivienda, educación, agua potable, alimentación, justicia climática, derechos laborales, en resumen, dignidad en todos los aspectos de la vida. Desde mi perspectiva, es esta la consigna: comprender las identidades en una matriz relacional y complejamente interconectada, para así preguntarnos cómo se vincula la imposición de la colonialidad del poder con una serie de consecuencias políticas, económicas, sociales e identitarias que subsisten hasta el día de hoy.


[1] Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina (Vol. 13). Buenos Aires: CLACSO.

[2] Norambuena Carrasco, C. (2007). Imaginarios nacionales latinoamericanos en el tránsito del siglo XIX al XX. Estudios de filosofía práctica e historia de las ideas, (9), 117-128.

[3] Huenchumil, P. (20 de junio de 2020). “Aquí no hay negros”: La desconocida historia del racismo del Estado contra los afrochilenos. Interferencia. Recuperado de https://interferencia.cl/articulos/aqui-no-hay-negros-la-desconocida-historia-del-racismo-del-estado-contra-los-afrochilenos

[4] Walsh, C. (2010). Interculturalidad crítica y educación intercultural. Construyendo interculturalidad crítica75(96), 167-181.

[5] Miñoso, E. (2007). Escritos de una lesbiana oscura. Buenos Aires-Lima, En la frontera.

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