Ollas comunes sin fronteras

Autor: Colectivo sin Fronteras

En muchas zonas de Chile se levantaron ollas comunes para enfrentar la precarización en contexto de pandemia por Covid-19. Esta histórica forma de organización y resistencia colectiva que se conoce en Chile, tiene expresiones comunes en la historia de otros pueblos de donde proviene la comunidad migrante, que al ser fuertemente afectada por la crisis económica, se organiza también en ollas comunes.

En este reportaje contamos la historia de mujeres que participaron en las cinco ollas comunes levantadas desde abril por el Colectivo Sin Fronteras. De las cinco, solo dos continúan activas. Tras levantarse la cuarentena sus integrantes retomaron sus largas jornadas laborales.

Durante los últimos seis meses, estas ollas comunes sostuvieron a más de 260 personas por día, provenientes de diversos países, como Perú, Ecuador, Colombia, Haití, Bolivia, República Dominicana, Venezuela y también Chile. Para sus coordinadoras significó una importante instancia de aprendizaje, convivencia y resistencia frente a la crisis. El principal apoyo económico fue del Colectivo Sin Fronteras, a través de campaña solidaria y ayuda de las fundaciones ANIDE y Kindernothilfe. Las vecinas también hicieron actividades de autogestión con cuotas semanales de mil o mil quinientos pesos, con recolección de frutas y verduras en La Vega y ventas.

El Colectivo Sin Fronteras, además de mantener estas ollas comunes, entrega canastas de alimentos a familias migrantes y cajas recreativas para la niñez de sus programas en Independencia, Santiago y Quinta Normal.

Del Vaso de Leche a la Olla Común

Para muchas vecinas peruanas que se organizan en el Colectivo Sin Fronteras, las iniciativas de ayuda mutua no son nuevas, ellas conocieron Comedores Populares y el Vaso de Leche en Perú. Una de las ollas comunes, que aún funciona en Independencia, está liderada por Lisset, trujillana con más de 13 años en Chile, quien también se organizó en el Vaso de Leche, una iniciativa popular convertida en programa público nacional y que tiene más de 30 años en el Perú, administrado desde las municipalidades para mejorar la nutrición de niñas, niños y embarazadas.

Lisset recuerda cómo comenzó la olla común, fue ella misma quien llamó a sus vecinas y las animó a trabajar. No podían perder la oportunidad que les ofrecía el Colectivo Sin Fronteras de apoyar con insumos para levantar la olla. Al principio no fue fácil, ya que cada vecina tenía su forma de cocinar y no tenían experiencia de cocinar para tantas personas, así que fueron probando las porciones y calculando, hasta que aprendieron. Cada sábado se reúnen para planificar el menú de la semana, que siempre es comida peruana.

A pesar de tener experiencia, Lisset aprendió a cocinar más sano, con menos sal, más verduras porque hay personas con hipertensión y diabetes. Como sus vecinas son de diferentes zonas de Perú también aprendió a cocinar otros platos peruanos que no conocía.

Lisset tiene tres hijos y el mayor, quien participa en talleres del Colectivo Sin Fronteras hace siete años, entiende y reconoce el trabajo que hacen en la olla común por el bien de la comunidad.

La olla común y los alimentos que curan

En el barrio Yungay existieron veinte ollas comunes impulsadas por juntas vecinales y organizaciones territoriales. Una de ellas funcionó en una casona donde viven 25 familias, mayormente peruanas, donde el Colectivo Sin Fronteras mantenía talleres de acompañamiento en “Escuelita Libre Sin Fronteras”.

Rosa es una de las vecinas de esta olla, es de Chiclayo y su mamá participaba de un comedor popular en Perú. Vivió la mayor parte de su vida en Lima, donde tuvo un restaurante que se llamaba “El Batán del Norte”. Sus vecinas esperaban el día en que le tocaba cocinar a ella, porque su sazón peruana es inconfundible.

Al principio de la pandemia, Rosa y otras integrantes de la casona se enfermaron del Covid y ella recurrió a las recetas caseras que conocía, un preparado de ajo, limón, cebolla, kion (jengibre) y miel, e inhalaciones de eucalipto con mentol y alcanfor, remedios que, comenta con entusiasmo, les curaron rápidamente. Cuenta que toma limón con miel y prepara Encurtido con cebolla, vinagre, ají rocoto, rabanito y zanahoria para reforzar sus defensas.

A Rosa, como otras mamás de niños y niñas que participan en el Colectivo Sin Fronteras, le gusta bailar, y a pesar de ser del norte peruano, prefiere bailar el Huaylash, que es de la sierra del Perú.

Ollas que alimentan la fraternidad

En un cité de la calle Maruri, en Independencia, funcionó otra olla común sin fronteras. La mayoría que vive ahí son personas peruanas y muchas con hijos e hijas nacidas en Chile, pero también hay familias compuestas por tres nacionalidades.

En esta olla común participó Lissette, quien vive en ese cité desde que llegó a Chile hace 14 años. Allí sus hijos crecieron adoptando tías y tíos, aunque no sean familia. Su hijo mayor llegó de niño y hoy estudia en la universidad, la menor nació en Chile y participaba del taller de danzas en el Colectivo Sin Fronteras.

Lissette estuvo organizada en un comedor popular en Paramonga, un lugar cerca a Lima, hace casi 20 años, pero destaca que era diferente. En ese comedor popular aportaban todos los días para la comida diaria y no había donaciones.

La experiencia de Lissette en la olla común con sus vecinas fue marcada por la fraternidad, lograron unión y compartieron sus inquietudes mientras cocinaban. Narra que antes nadie tenía tiempo para hacer vida social, salían en la mañana a trabajar y no volvían hasta la noche y apenas se saludaban, ni se conocían, pero la cuarentena les permitió cambiar eso. En las noches se juntaron a conversar más relajadamente y darse ánimos, e incluso festejaron sus cumpleaños.

Enfrentando el sinsabor de la crisis

Otra de las ollas comunes sin fronteras, que se levantó en una vivienda colectiva, del barrio La Chimba, estuvo coordinada por Yeni, peruana con 8 años viviendo en Chile que también conoció la experiencia del programa del Vaso de Leche. Es mamá de una pareja de mellizos adolescentes y una niña, quienes participaban en los talleres de apoyo escolar, zancos y antorchas en el Colectivo Sin Fronteras.

Yeni trabajaba esporádicamente en la feria, pero como su hija menor se enfermaba con frecuencia, decidió quedarse en casa para cuidarla. Como la niña iba a entrar al colegio, pensaba salir a trabajar, pero llegó la pandemia, su esposo tuvo que dejar de trabajar y las cuentas comenzaron a acumularse. Estaban estresados por las deudas, pero con el apoyo de la olla común pudieron superar esta situación.

Al principio fue difícil levantar la olla, relata Yeni, porque no sabían calcular, nunca habían cocinado tanto arroz por ejemplo. Tuvieron el apoyo de una joven nutricionista y una señora que trabajaba como cocinera, ellas marcaron la pauta para que la alimentación sea balanceada, privilegiando legumbres y verduras y con poca sal para que sea saludable.

Para Yeni, la crisis golpeó especialmente a las familias migrantes que llegaron a Chile con el sueño de una vida mejor y se encontraron con esta experiencia que dice “nos marcará para toda la vida”.

Una olla común en un barrio sin fronteras

En la sede del Colectivo Sin Fronteras aún funciona una olla común pluricultural. Allí, además de personas de diferentes nacionalidades, también hay vecinas y vecinos que son chilenos.

Una de sus participantes es Maruja, vecina peruana que lleva 11 años viviendo en Chile, siempre en la comuna de Independencia. Nació en Huánuco, una ciudad que está en el centro de Perú, pero llegó muy joven a Lima. Su pareja también es peruana, de Madre de Dios, uno de lugares con mayor biodiversidad del Perú. Siendo de lugares tan distantes, se encontraron en Chile y formaron una familia con dos hijos, el mayor de ellos participa de los talleres del Colectivo Sin Fronteras.

La olla común ha sido un espacio dinámico, ya que cuando algunas personas encontraban trabajo se retiraban, mientras que otras que necesitan ayuda se incorporaban. Hasta el momento han podido responder a todas las necesidades y “a nadie se le ha negado un plato de comida”.

El funcionamiento de la olla común ha sido un constante aprendizaje, admite Maruja, desde aprender a cocinar, calcular, priorizar, enfrentar las dificultades, compartir y conocer a las otras personas que participan. Era la primera vez que lo hacía y le gusta, señala que ha sido una oportunidad para organizarse y no resolver individualmente sus problemas y que quisiera seguir participando y organizándose cuando la olla común acabe.

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